During last week, I helped my youngest son pack for college: clothes, bike, passport, and computer. I saw him fold his new sheets, and pack the microwave safe bowls, and his guitar, thrilled with the enthusiasm of a 17 years old who is going away for good.
Last Saturday I posted a message on Facebook, “song suggestions for a happy playlist, for the hard times.” Later saved 3 hours worth of upbeat music to cheer me up. I don’t expect it to hurt, but I rather sing my way back home in case it does.
We have prepared well for a long time for the day to see our children go and become independent men. During last year, I edited college application essays, and I was there with him when he got acceptance letters from several universities. I assured him he made the right decision when he finally chose his future alma mater.
Two nights ago, when we were finishing dinner, I asked him my only request. “I don’t need a hero, or an award winner,” I said. “Just make mamma proud.”
My heart wrinkled when he slung his guitar across his back and he placed the last of his boxes in the trunk of the car. Will he call home regularly like his bother does? Will he avoid hard drugs? Will he respect women, their wishes and choices? Will he focus on the career ahead of him and enjoy college in a healthy way?
After all, a mother with bipolar disorder is just like any other mom. I worry.
Today as we drive back on Hwy 101, my husband and I sang along Marc Anthony’s, Vivir Mi Vida. “La, la, la, la.” We sang and remembered when the kids were little and we used the theme song of Sesame Street to entertain them in the car. Perhaps now that they are all grown up, we can sit back and answer life’s most pressing questions:
“How to get to Sesame Street?”
“What is the hokey pokey about?
Durante la semana pasada, ayudé a mi hijo menor a empacar para irse a la universidad: ropa, bicicleta, pasaporte y computadora. Le vi doblar sus sábanas nuevas, y empacar los recipientes para micro-ondas, y su guitarra, entusiasmado como cualquier muchacho de 17 años que se va de su casa para bien.
El pasado sábado, escribí un mensaje en mi muro de Facebook, “sugerencias de canciones alegres, para los momentos difíciles.” Después grabé unas tres horas de música de ritmo festivo para alegrarme. No es que espere que me duela, pero prefiero cantar de vuelta a casa en caso de que suceda.
Nos hemos preparado bien por un buen tiempo para el día en que vemos a nuestros hijos irse y convertirse en hombres independientes. Durante el último año, edité ensayos de solicitud de cupo universitario, y estuve con él cuando recibió cartas de aceptación de varias universidades. Le aseguré que había tomado la mejor decisión cuando finalmente escogió su futura alma mater.
Hace dos noches, cuando terminábamos de comer, le hice una sola petición. “No necesito un héroe, ni un galardonado,” le dije. “Lléname de orgullo.”
Se me arrugó el corazón cuando se colgó su guitarra en la espalda y colocó la última caja en la maleta del carro. ¿Llamará con frecuencia como lo hace su hermano? ¿Evitará las drogas duras? ¿Respetará a las mujeres, sus deseos y decisiones? ¿Se concentrará en la carrera que tiene por delante y disfrutará de la universidad de una manera saludable?
Después de todo una madre con desorden bipolar es como cualquier otra madre. Me preocupo.
Hoy cuando manejamos de vuelta por la Autopista 101, mi esposo y yo cantábamos la canción de Marc Anthony, Vivir Mi Vida. “La, la, la, la.” Cantábamos y recordábamos cuando los niños estaban pequeños y usábamos el tema de “Sesame Street” para entretenerlos en el carro. Quizá ahora que ellos están crecidos, podemos relajarnos y contestar las preguntas más apremiantes de la vida:
“¿Cómo se llega a ‘Sesame Street’?”
¿De qué se trata el ‘hokey pokey’?
The 101! We live on the same coast. Congratulations. You must be one proud mama.
I am indeed.