Spanish version follows
My heart is heavy with sorrow at the news from my homeland Venezuela. For over ten days now, university students have been out protesting on the streets for a myriad of complaints against the illegitimate government. In retaliation, the regime has repressed the protesters with a display of brutally not seen in the country since the last dictatorship in the late 50’s. Images of raped and tortured students flood the social media, while the journalists are silenced with closure of TV networks, shortage of paper for the daily news, and even personal attacks and threats. Venezuelans abroad worry not only for the safety of the loved ones, but also for the emotional wellbeing of all involved.
While the younger generations are risking their lives on the streets, older Venezuelans are growing withdrawn and farther away from a regular and healthy routine. They only go out for the most necessary errands -line up for food or trips to the bank to collect their pensions. Without even television now or reliable media, they are completely separated from the outside world and spend their days worrying about the younger ones out in the danger. The bravest ones pound on pots and pans from their balconies, and a few ones say they have nothing to lose and go out to protest as well. This constant distress will eventually have detrimental effects in their mental health.
In the meantime, the life of the diaspora continues as normal. We have jobs to attend, bills to pay, responsibilities to meet in our new and adoptive lands. We try to easy our pain by gathering make a human S.O.S. message for international organizations so that they send observers to witness the uncountable human rights violations committed against the protesters. We do vigils and eco the messages from the frontline in the social media. Nevertheless, the pain runs deep and at times is almost impossible to concentrate. We feel our mind is displaced; our thoughts are thousands of miles away in a beautiful country on the south shore of the Caribbean Sea, because there is no solace when the homeland is at siege and blood runs through the streets of my youth.
Español
Tengo el corazón pesado con las noticias de mi patria Venezuela. Por más de diez días los estudiantes universitarios han estado protestando en las calles por un sin número de quejas contra el gobierno ilegítimo. En retaliación, el régimen ha reprimido a los protestantes con un despliegue de brutalidad que no se habían visto en el país desde la última dictadura a finales de los 50. Las imágenes de estudiantes violados y torturados inundan los medios sociales, mientras que los periodistas son silenciados con cierres de las televisoras, cortes en el suministro de papel de periódico, e incluso con ataques personales y amenazas. Los venezolanos en el exterior nos preocupamos no sólo por la seguridad de los seres queridos allá, sino por el bienestar emocional de todos los involucrados.
Cuando las generaciones más jóvenes arriesgan sus vidas en las protestando en las calles, los ancianos se aislan y se separan cada vez más de una rutina sana. Sólo salen para hacer sus diligencias más necesarias, hacer colas para comprar papel toilette, o jabón de baño, o para ir al banco a cobrar sus pensiones. Sin televisión o medios creíbles, están completamente encerrados y pasan sus días preocupándose por lo que pasa con los estudiantes en peligro en la calle. Los más osados golpean las cacerolas desde sus balcones, y unos pocos dicen que no tienen nada que perder y van a protestar también. Esta angustia constante eventualmente tendrá efectos perjudiciales en su salud mental.
Mientras tanto la vida de la diáspora transcurre como de costumbre. Tenemos que asistir a nuestros trabajos, pagar nuestras cuentas, y cumplir con nuestras obligaciones en nuestros países adoptivos. Tratamos de calmar nuestro dolor reuniéndonos para hacer un S.O.S. humano y mandar un mensaje a los organismos internacionales para que envíen observadores a presenciar las innumerables violaciones a los derechos humanos cometidas en contra de los estudiantes. Hacemos vigilia y reproducimos los mensajes que nos llegan desde la zona de batalla en las redes sociales.
Sin embargo el dolor corre profundo y a veces se hace imposible concentrarse. Sentimos nuestras mentes desplazadas; nuetros pensamientos a miles de millas de distancia en un hermoso país en la orilla sur del Mar Caribe, porque no hay sosiego cuando la patria se encuentra en estado de sitio, y la sangre corre por las calles de nuestra infancia.