Marvin arrastra su decepción con los pies pesados cuando entra al salón y me saluda con una sonrisa medio fingida el primer día de clases. Hace seis meses él ofreció un gesto genuino y lleno de expectativas al profesor anterior. Mientras se arrellena en el pupitre incómodo, se pregunta a sí mismo por enésima vez la necesidad de repetir la clase de recuperación de escritura.
Veo su descontento en la manera como trata la tarea y en cómo voltea la hoja con pequeños movimientos violentos de sus manos. Trata de esquivar mis preguntas, o murmura las respuestas entre dientes. Al final de la clase, le ofrezco sesiones de tutoría individuales, pero la rechaza con vehemencia, “no necesito eso.” A pesar de que la paciencia es un largo y lento camino por recorrer, es mucho más satisfactoria que la velocidad de la autopista. Enseñar a Marvin va a requerir paciencia.
Como Marvin, llegué a un punto en mi vida en el que resistí mis circunstancias particulares. Me sentía como un completo fracaso y decepción, y dejé de intentarlo. Me entregué a mi role de desquiciada. Me tomaba mis pastillas, aumentaba de peso y caminaba como dentro de una nube de químicos. Entonces una amiga me agarró por los hombros y me sacudió, “tienes que dar lo mejor de ti, no sabes cuándo se acaba la vida.”
Fue entonces cuando me volví proactiva con mi tratamiento, exigí una menor dosis de medicamentos. Retomé control de mi vida a la vez que retaba las expectativas y conjeturas. Comencé a sentirme muy bien.
Si tan sólo Marvin recibiera la mano extendida en su ayuda, le haría saber que un tropiezo no es un fracaso. Fracaso es quedarse tirado en el piso cuando uno se cae. Lo tomaría de la mano y le enseñaría la estructura de la oración simple: sujeto, verbo y predicado. “Tengo fe en ti. Vas a tener éxito este semestre.” Todo lo que necesito hacer ahora es una dosis de paciencia y seguir extendiéndole la mano.
Marvin carries his disappointment with heavy feet into the classroom when he greets me with a half faked smile the first day of class. Six months ago he offered a genuine grin full of expectations to the previous teacher. As he lounges in his uncomfortable desk, he asks himself for the thousand times the reason of his presence in a developmental writing class a second time around.
I see his discontent in the way he handles the assignments, turning the pages with a short violent flip of his hand. He tries dodging my questions, or gives muttered answers between his teeth. At the end of the class I offer one-on-one tutoring, but rejects it vehemently, “I don’t need it.” Although patience is a slow road to follow, it’s much more gratifying than the speed of the highway. Teaching Marvin will require patience.
Like Marvin, I came to a point in my life where I resisted my particular circumstances. Feeling like a complete failure and disappointment, I stopped trying. I let myself go in the role of the demented. I took my pills, gained weight and walked around in a haze of chemicals. Then, a friend held by my shoulders and shook me. She told me “you have to live your best life, you don’t know when it’s going to be taken away from you.”
That’s when I became proactive with my treatment and demanded a lower dose of medication. While I challenged assumptions and expectations, I took control of my life again. I began to thrive.
If only Marvin accepted my hand, I would tell him that a set back is not failure. Failure is staying on the ground when you fall. I will take his hand and teach him the simple sentence structure: Subject Verb Predicate. “I trust you. You will succeed this semester.” All I need to do now is practice patience and keep extending my hand to him.