On Mothers Day, my husband and I drive to the Orange Regional Park to meet our community, a small group of Venezuelans united by the common love for our homeland.
On the lawn, the younger children play with water. The younger women stroll around trying to escape their parents’ watchful eyes, while the adults lounge on mats on the grass.
Nelly calls her mom from the park. We all speak Spanish, but today it the soft cadence of my country’s accent that I hear. She says, “bendición,” the traditional greeting to our elders, the blessings we need to start or end the day, to say hello or goodbye. Nelly wishes her mom a happy mothers day, and answers her mom’s questions about her family and friends.
That’s when cellphone goes from her hands to those of the entire group. One by one , the friends greet Nelly’s mother with the same respect and deference reserved to the older grandmothers.
Nelly’s husband works with my husband, and so do the other three men in the group. They all used to work for the same company in Venezuela. We left long before they did, and took a different route, but their line of work brought us together in California. All of us have raised our children away from our natural environment, but firmly keep our traditions alive.
“Ya falta poco,” somebody tells Nelly’s mom on the phone. At the end of the phone call, Nelly’s mother has blessed the entire group.
Sensitive to the needs of our people back home, we agree early on what pictures we take. We also avoid speaking about what’s hurting us: the horrific images we see on social media, the stories we hear from our families back home, a wealthy country gone wrong, people starving, youth dying on the streets fighting the narco-regime.
Luis says, “I’m grateful we can celebrate, with food and with casi-familia.”
“Not casi. We are family,” somebody protests.
We are indeed. A family, a community, the Venezuelan diaspora that gathers to celebrate life and send words of hope to those we left behind.
En el Día de las Madres, la comunidad se reúne.
El Día de las Madres, mi esposo y yo nos dirigimos al Parque Regional Orange a encontrarnos con nuestra comunidad, un pequeño grupo de venezolanos unidos por el amor común a nuestra patria.
En la grama, los pequeñitos juegan con agua. Las jovencitas pasean tratando de escapar de la mirada atenta de sus padres, mientras que los adultos nos estiramos sobre mantas en la grama.
Nelly llama a su mamá desde el parque. Todos hablamos castellano, pero hoy escucho la cadencia del acento de mi país. Nelly saluda a su madre como es nuestra tradición para dirigirnos a nuestros mayores, pidiendo “la bendición” necesaria para comenzar o terminar el día, para saludar o despedirse. Le desea Feliz Día de las Madres a su mamá y responde preguntas sobre su familia y amigos.
Ahi es cuando el celular empieza a pasar de mano en mano por todo el grupo. Uno a uno los amigos saludan a la mamá de Nelly con el mismo respeto y deferencia reservado para las abuelas mayores.
El esposo de Nelly trabaja con mi esposo, y con los otros tres hombres en el grupo. Solían trabajar para la misma compañía en Venezuela. Nosotros salimos mucho antes que ellos y tomamos un rumbo diferente, pero su trabajo nos hizo encontrarnos en California. Todos por igual criamos a nuestros hijos lejos de nuestro ambiente natural, manteniendo con firmeza nuestras tradiciones.
“Ya falta poco,” alguien le dice a la mamá de Nelly. Al final de la llamada, su mamá le ha dado la bendición a todo el grupo.
Sensible a las necesidades de nuestra gente en Venezuela, nos ponemos de acuerdo desde el principio en que tipo de fotos tomar. También evitamos hablar de lo que nos duele: las imágenes horribles que vemos en las redes sociales, las noticias de los familiares que hemos dejado atrás, un país rico destrozado, gente pasando hambre, jóvenes muriendo en las calles combatiendo al narco-régimen.
Luis dice, “estoy agradecido de poder celebrar con comida y con casi-familia.”
“Casi no. Nosotros somos una familia,” alguien protesta.
Es la verdad: una familia, una comunidad, la diáspora venezolana reunida para celebrar la vida y enviar palabras de esperanza a los que dejamos atrás.