In Betty Blue, and old French movie from 1986, we see a young couple fall madly in love as they are consumed by their sexual passions. Although Betty stirs Zorg’s creative spirit, she is prone to sudden anger outbursts, which land Zorg in trouble and further from his goal of becoming a writer. As the film progresses, Betty’s behavior spirals out of control leading to her hospitalization. After several rounds of electroshock, she is left in a vegetative state. In the end, Zorg is unable to see his beloved woman vacant stare and kills her by suffocating her with a pillow over her head. As the story unfolds, we see Betty transform from a sexual object of desire, to a wild animal of uncontrolled anger, to a brain dead, defenseless patient on a hospital bed.
Most of what the general public knows from mental illness comes from these horrific portrayals of mental disorders as untreated and out of control human tragedies. Examples of these abound. The movie “One Flew Over the Cuckoo’s Nest” presents an assortment of mental conditions in the worst possible setting and with the worst mental health professionals in movie history. The film “Psycho” depicts what is perhaps the most distorted image of a mentally ill person as a bloody murderer. In more recent years, “The Soloist” brings us the story of a mentally ill musician turned homeless in the streets of Los Angeles.
When the character is a well-known person with major achievements, we see them as larger than life characters with extraordinary talents, misunderstood by their families or contemporaries. In “A Beautiful Mind,” John Nash, Nobel Laureate in Economics, accepts the schizophrenia diagnosis, but decides to live without medication. In “Shine,” David Helfgott, an Australian pianist, fails his London audition of the Rachmaninoff concert he has been practicing for years and suffers a mental breakdown, which is followed by a series of hospitalizations. It’s only when he finds love that he is able to experience recovery. In the film “Pollock,” the renowned American painter is portrayed as a reclusive artist with a volatile personality and a fondness for alcohol. Although I rather see the mentally ill as a talented individual than as a ruthless assassin, I am still not comfortable with the idea that the mentally afflicted are not regular people.
Rarely do we see representations of regular people afflicted by mental illness, living successfully with their condition, making their appointments on time, taking the medication as directed. Ours is the humble story of surviving a terrible medical condition, of adapting to the many changes it represents, and accepting ourselves for what we are. There is nothing extraordinary about the great majority of us, except for the fact that despite a thousand possible excuses we could invoke to sabotage our lives, we still get up in the morning, take our children to school, and pay our bills.
As a mentally ill woman of no extraordinary talent, and with a rather simple life, I would like to see depictions of the mentally ill as regular citizens, juggling jobs, families, medications and doctors’ appointments. Maybe this doesn’t make for a strong cinematographic presence, but it would be realistic and it would help shape public understanding of mental illness.
En “Betty Blue,” una vieja película francesa de 1986, vemos a una pareja joven enamorarse locamente mientras son consumidos por sus pasiones sexuales. A pesar de que Betty despierta el espíritu creativo de Zorg, ella tiene una tendencia a arrebatos de rabia, que le ocasionan problemas a Zorg y lo alejan de su objetivo de ser escritor. A medida que la película progresa, la conducta de Betty se sale de control y ella es hospitalizada. Después de varias rondas de electroshock, Betty queda en estado vegetativo. Al final, Zorg no puede tolerar la mirada vacía de su amada y la mata asfixiándola con una almohada. A medida que la historia progresa, vemos a Betty transformarse de objeto de deseo sexual en animal salvaje de rabia incontrolable, en una paciente indefensa con el cerebro muerto en una cama de hospital.
Gran parte de lo que el público general conoce de las enfermedades mentales viene de estas representaciones horribles de los desórdenes mentales como tragedias humanas sin tratamiento y fuera de control. Los ejemplos abundan. El film “Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco” presenta una variedad de condiciones mentales en el peor lugar posible y con los peores profesionales de la salud mental en la historia del cine. La película “Psicosis” representa lo que es quizá la imagen más distorsionada de un enfermo mental como un sangriento asesino. Más recientemente, “El Solista” nos trae la historia de un músico enfermo mentalmente convertido en un menesteroso en las calles de Los Ángeles.
Cuando el personaje es bien conocido con grandes logros, lo vemos como un persona más grande que la vida y con talentos extraordinarios, incomprendidos por sus familias o contemporáneos. En “Una Mente Hermosa,” el premio Nobel en economía, John Nash, acepta el diagnóstico de esquizofrenia, pero decide vivir sin medicamentos. En “Shine,” David Helfgott, un pianista australiano, pierde su audición del concierto de Rachmaninoff que ha estado practicando por años, y sufre una crisis nerviosa seguida de una serie de hospitalizaciones. Sólo cuando se enamora es capaz de recuperarse. En la película “Pollock,” el reconocido pintor estadounidense es presentado como un artista recluso, de personalidad volátil y a quien le gusta beber. A pesar que prefiero ver a los enfermos mentales más como individuos talentosos que como asesinos despiadados, todavía no me siento cómoda con la idea de que el afligido mentalmente no es una persona regular.
Raramente vemos representaciones de gente cotidiana afligida por enfermedades mentales, viviendo vidas exitosas con su condición, asistiendo a sus consultas a tiempo, tomando su medicina como se indica. La nuestra es la humilde historia de sobrevivir una condición médica terrible, de adaptarnos a los cambios que eso representa, y de aceptarnos a nosotros mismos por lo que somos. No hay nada extraordinario en la mayoría de nosotros, excepto por el hecho de que a pesar de las miles de excusas que podemos invocar para sabotear nuestras vidas, aún nos levantamos en la mañana, llevamos a nuestros hijos a la escuela, cumplimos con nuestras obligaciones, y pagamos nuestras cuentas.
Como mujer con una enfermedad mental y ningún talento extraordinario, y con una vida si se quiere simple, me gustaría ver representaciones de enfermos mentales como ciudadanos normales, cumpliendo con sus trabajos y sus familias, tomando sus medicinas y asistiendo a sus consultas médicas. A lo mejor eso no hace una presencia cinematográfica muy fuerte, pero sería una real, y ayudaría a moldear la comprensión que el público general tiene de las enfermedades mentales.