At the beginning of the Risk Management course, Mr. Wilkens looks like a typical retired engineer, black slacks lose at the waist, with a white shirt only partially tucked in, an earpiece on the left side, a pen hanging from the front shirt pocket. In front of the screen, he stands over six-foot tall, balding and tired. He asks, “Who here can say, ‘I’m a risk taker?”
I raised my hand, turned around to check the rest of the class, and back to the front to find Mr. Wilkens with his right hand up. We were the only two.
“Do any of you gamble or play extreme sports?” he presses.
Still, only old Mr. Wilkens and me have the hands up.
“I ride a Harley on the highway,” he offered.
“You don’t look like a biker,” I said.
“Lisbeth, what kind of risks do you take?”
“I left my country of origin with two suitcases and some savings, my husband and two children,” I said proudly.
“Now, that’s a risk,” he pointed out.
“And I did it again,” I continued.
“Explain.”
“We left from Venezuela to Canada, lived there for a number of years, and then moved to the USA. It has been tough, but we’ve done well.”
Risk for me is not jumping off of a cliff, or having irresponsible sex. Risk is about life changing decisions that challenge my sense of security, like jumping out of a failing marriage without a back up plan.
A few weeks ago, I decided to leave a lower paying, but relatively stable job, in order to pursue a more challenging position in Project Management that doesn’t offer an immediate sense of security.
It’s another risk. And I know that if everything else fails, I still got the resilient me to bring myself back up on solid ground again.
Sometimes we take the greatest risk, when we don’t jump on time.
When I lived the life of a sheltered and dissatisfied corporate wife, I feared losing my children in a custody dispute if I dared divorce my husband. The argument of a mental disability could sway the judge in a family court. I personally know women who lost their children to cheating husbands due to her mental illness. I wasn’t going to be part of the statistics, so I held onto a crumbling relationship. I put my sanity at risk.
Despite the upheavals of living with bipolar disorder, I had the clarity of mind to play my cards well, taking advantage of every small opportunity presented to me. Through the University Learning Center in Ponca City,OK, for example, I took a Masters in Adult Ed. at Northwestern Oklahoma State University using Interactive Television technology. My resume shows progress, in small, consistent steps in the same area of expertise that has defined my professional career, serving people with limited English skills.
I also put effort in becoming financially savvy. Under the guidance of a long-time friend, I learned to save money, opened an IRA account, contributed double payments to pay off our mortgage, and still saved enough for an emergency account. While the drama of my failed marriage unfolded, instead of getting even with my husband, I took a Project Management Certificate at California State University, Dominguez Hills.
When the children were gone, I found my badass hat and started my solo flight at 51. After so many years without worrying about money, now everything looks uncertain: jobs, relationships, housing. I have discovered new fears, but also the strongest woman I know: myself.
Today, I live a healthy life, with a serious job, and no debt. I have the love of my children, and the respect of those who know me well. I live with the certainty that nothing is safe forever. Every day I take the risk of living, and that is the healthiest thing I can do for myself.
Spanish version follows
Al comienzo del curso de Gerencia de Riesgos, el Sr. Wilkens luce como el ingeniero retirado típico, pantalones negros flojos en la cintura, con una camisa blanca medio salida, un auricular en la oreja izquierda, un lapicero en el bolsillo de la camisa. Parado delante de la pantalla del proyector, con sus dos metros de estatura, calvo y cansado, él pregunta, “¿Quién puede decir que toma riesgos.”
Levanto mi mano, volteo a chequear el resto de la clase, y de vuelta al frente donde me encuentro al Sr. Wilkens con su mano derecha levantada. Éramos los únicos.
“¿Alguno de ustedes hace apuestas, o practica deportes extremos? Insiste.
Todavía, sólo el viejo Sr. Wilkens y yo tenemos las manos levantadas.
“Yo manejo una Harley en la autopista,” él dice.
“Usted no parece un motorizado,” le digo
“Lisbeth, qué clase de riesgos tomas tú?
“Yo dejé mi país de origen con dos maletas y algunos ahorros, mi esposo y dos niños,” digo con orgullo.
“Eso es un riesgo,” señala.
“Y lo hice una vez más,” continúo.
“Explica.”
“Nosotros nos fuimos de Venezuela a Canadá, vivimos allá unos cuantos años, y luego nos mudamos a los Estados Unidos. Ha sido difícil, pero nos ha ido bien.
Riesgo para mi no significa saltar de un acantilado, o tener sexo irresponsable. El riesgo se trata de decisiones que pueden cambiar la vida y que retan mi sensación de seguridad, como dejar un matrimonio que se derrumba sin tener un plan de respaldo.
Hace unas pocas semanas, decidí dejar un trabajo que pagaba poco pero que era relativamente estable para aceptar un reto profesional en Gerencia de Proyectos que no ofrece una sensación de seguridad.
Es otro riesgo. Y sé que si todo falla, todavía tengo la mujer resistente que soy para levantarme en tierra firme nuevamente.
A veces tomamos el mayor riesgo cuando no saltamos a tiempo.
Cuando yo vivía la protegida vida insatisfecha de una esposa corporativa, temí perder a mis hijos en una disputa de custodia si me atrevía a un divorcio. El argumento de la enfermedad mental podía influir a un juez en una corte de familia. Personalmente conozco mujeres que vieron a sus esposos infieles quedarse con los hijos porque ellas sufrían de enfermedades mentales. Yo no iba a ser parte de las estadísticas, por eso me quedé en una relación que se derrumbaba. Puse mi sanidad mental en riesgo.
A pesar de los vaivenes de vivir con el desorden bipolar, tuve la claridad mental de jugar mis cartas bien jugadas, y saqué ventaja de cada pequeña oportunidad que se me presentó. A través de University Learning Center en Ponca City, OK, por ejemplo, tomé una maestría en Educación de Adultos en la Northwestern Oklahoma University usando la tecnología de Televisión Interactiva. Mi currículo muestra progreso, en pequeños pasos consistentes, en la misma área de experiencia que ha definido mi carrera profesional, servicio a personas que no hablan bien inglés.
También puse empeño en entender finanzas. Bajo la guía de un viejo amigo, aprendí ahorrar dinero, abrí una cuenta IRA, doblé los pagos a la hipoteca de nuestra casa, y aún me quedó suficiente dinero para crear un colchoncito financiero. Mientras el fracaso de mi matrimonio se tornaba en drama, en vez de tratar de desquitármelas con mi esposo, saqué otro Certificado en Gerencia de Proyectos en la California State University, Dominguez Hills.
Cuando mis hijos se fueron, encontré mi sombrero de cuaima y comencé mi trayectoria sola a los 51. Después de tantos años sin preocuparme por dinero, ahora todo parece incierto: trabajo, relaciones, y vivienda. He descubierto nuevos miedos, pero también a la mujer más fuerte que conozco: yo misma.
Hoy día, vivo una vida sana, con un trabajo serio, y sin deudas. Tengo el amor de mis hijos, y el respeto de aquellos que me conocen bien. Vivo con la certeza que nada está seguro para siempre, que lo mejor que puedo hacer es estar preparada. Cada día tomo el riesgo de vivir, y eso es lo más sano que puedo hacer por mi misma.
beautiful Lisbeth!! my favorite line–When the children were gone, I found my badass hat and started my solo flight at 51. xo
Thank you. I am glad you liked it.
It’s great to hear more of your story, Lisbeth! Thanks for sharing. You are a very strong woman –no doubt about that.
Thank you, Kristi. I appreciate your kind words.