By Lisbeth Coiman
On Tuesday night, at La Peña Cultural Center in Berkeley, we heard the crack of our hearts breaking among the hushed voices while a muted TV displayed statistics in red and blue. Some shook their heads in disbelief. What was planned as a night of celebration, turned into the funeral vigil of democracy in America.
At home, I cried with my friend on the phone because there is nothing we can do to change his immigration status and shelter him from the xenophobia that now rules the land. I toyed with a CD I bought at SF JAZZ center the previous Sunday. Indestructible by Diego Cigala. I broke the seal, and ripped the cellophane wrap. But I was too tired and sad to listen to it.
On Wednesday, I woke up to the day after in America, yet went to work to try, once more, to convince the powers that be that non-credit education is the only option for adult undocumented immigrants to go to college.
The news got even worse. They took the house, the senate, and soon will try to appoint the most conservative judge they can find for the vacant seat at the Supreme Court. Gas masks, bomb shelters, soylent green, gilead, newspeak. The symbols and language of doomsday literature invaded my mind. Back at home that night, I took the CD out of its case and played it.
The music filled my kitchen with the conga beat of the Caribbean, and the elongated vowels of he Gitano singer, musical syncretism. I danced with myself allowing the blood to pump into my brain, the endorphins I needed to flush the sadness off my body. Cigala sang
“Con sangre nueva, INDESTRUCTIBLE
Ayy unidos venceremos y yo se que llegaremos.”
Indestructible. United we’ll win, and will reach with new blood, indestructible.
On Thursday, I wrote, ‘This is not the end of an era, this is the beginning of social consciousness in America. This is when we become advocates, activists, and badass revolutionaries. We must organize and we must use the Civil Rights Movement as the model to follow. We are now in the resistance.”
We must exercise the new guerilla warfare: collectively finance Planned Parenthood, crow-fund the legal efforts to bring the bigots to court, marry the undocumented immigrant, offer a hiding place if necessary, stand up against abuse, denounce hate crime. But I am not a leader, so I scanned Facebook for any invitation to join a movement, here or in LA or wherever I might live. I want to fight.
Then Leonard Cohen died. “I want to dance to the end of love,” played in my head repeatedly. I want to dance this sorrow away, this heartbreak, this disappointment with a turn, a sly movement of my feet, and with the sway of my hips.
Friday night I head to the Oakland Museum of California. AfroLatinos and African Americans, salseros from the East Bay, we all find our way to the 10th Street Amphitheater where the Gbedu Town Radio band played slow afro-urban music.
When the band played “Lagrimas Negras,” I felt a knot in my throat. Right foot out, turned. Shook my shoulders and my eyes met those of a tall black man who soon approached me and invited me to dance. He lifted his hand, my signal to pass under his arm and turn, sliding my hand softly on the back of his neck, smiling back at him when we faced each other again. “I want to cook for you,” he said sometime later, and I smiled at his pick up line, my head tilted backwards, the broad grin coming deep from my place of hurt.
For a couple of hours, I let him and other men I didn’t know lead my salsa steps on the rough concrete floor of the amphitheater. When I took a beer break, I told the woman behind me on the line, “This is the therapy we all need after this horrible week.”
This is how I am going to cope: I am going to join protests in my community, become vocal, help the undocumented immigrant with small rebellious acts, and dance this sorrow away.
Con sangre nueva. Indestructible.
Spanish Version follows
El martes por la noche, en La Peña Cultural Center en Berkeley, escuchamos el crujir de nuestros corazones quebrarse en medio de las susurros mientras una televisión sin volumen desplegaba las estadísticas en rojo y azul. Algunos negaban con la cabeza sin poder creer. Lo que había sido planeado como una noche de celebración, resulto ser la vigilia del funeral de la democracia en Estados Unidos.
En casa, lloré con un amigo al teléfono porque no hay nada que podamos hacer para cambiar su situación de inmigración y protegerlo de la xenofobia que ahora rige a esta tierra. Jugué con un CD que compre en el SF JAZZ Center el domingo anterior. Indestructible, por Diego Cígala. Rompí el sello, y el papel celofan que lo envuelve. Pero ya estaba demasiado cansada y triste para escucharlo.
El miércoles, desperté al Día Después en Estados Unidos, y aún así fui a trabajar para intentar, una vez más, de convencer a aquellos que pueden que la educación “non-credit” es la única opción para que los adultos indocumentados vayan al college.
Las noticias se pusieron peor. Ganaron la cámara de representantes, el senado, y pronto asignarán al juez más conservador que puedan encontrar para el puesto vacante en la Corte Suprema. Máscaras de gas, refugios subterráneos, “soylent green,” “gilead,” “newspeak.” Los símbolos y el lenguage de la literatura de fin de mundo invaden mi mente. De vuelta en casa esa noche, saco el CD de su cajita y lo toco.
La música llena mi cocina con el golpe de la conga del Caribe, y las vocales alargadas del cantador gitano, sincretismo musical. Bailé conmigo misma permitiendo que la sangre bombeara a mi cerebro la endorfina necesaria para lavar la tristeza de mi cuerpo. Cigala cantó:
“Con sangre nueva, INDESTRUCTIBLE
Ayy unidos venceremos y yo se que llegaremos.”
Indestructible. Unidos venceremos, y llegaremos con la nueva sangre, indestructibles.
El jueves escribí, “Este no es el fin de una era. Este es el comienzo de la consciencia social en los Estados Unidos. Ahora es cuando no convertimos en defensores, activistas, revolucionarias cuaimas. Debemos organizarnos y usar el movimiento de Los Derechos Civiles como el ejemplo a seguir. Ahora somos la resistencia.”
Debemos ejercer la nueva guerra de guerrillas: financiar colectivamente a Planned Parenthood, financiar los esfuerzos legales para llevar a los intolerantes a las cortes, casarnos con los inmigrantes indocumentados, ofrecerles refugio si es necesario, oponer el abuso, denunciar el crimen de odio. Pero yo no soy una líder, así que busco que alguien me invite a unirme a un movimiento, aquí, en Los Angeles, o dondequiera que viva. Quiero pelear.
Y después se murió Leonard Cohen. “Quiero bailar hasta el final del amor,” sonó en mi cabeza repetidamente. Quise sacarme esta tristeza a punta de baile, este corazón roto, esta decepción con una vuelta, un movimiento suave de mis pies, con el vaivén de mis caderas.
El viernes en la noche me fui al Oakland Museo de California. AfroLatinos, y AfroAmericanos, salseros de la Bahía del Este, todos nos encontramos en el anfiteatro de la calle 10 donde la banda Gbedu Town Radio tocaba la música lenta, afro-urbana.
Cuando la banda tocó “Lágrimas Negras,” sentí un nudo en la garganta. Saqué el pie derecho y gire. Agité los hombros y mis ojos encontraron los de un hombre negro y alto quien pronto se me acercó y me invitó a bailar. Subió su mano, mi señal para pasar por debajo de brazo y girar, deslizando mi mano suavemente por detrás de su cuello, sonriéndole de vuelta cuando estuvimos frente a frente otra vez. “Quiero cocinar para tí,” me dijo algún tiempo más tarde, y sonreí por su atrevimiento, con mi cabeza hacia atrás, con mi amplia sonrisa surgida del lugar donde reside el dolor.
Por un par de horas, le permití a él y otros hombres que no conocía que me guiaran el baile sobre el piso de concreto del anfiteatro. Cuando tomé un descanso para beberme una cerveza, le dije a la mujer detrás de mi en la cola, “Esta es la terapia que todos necesitamos después de esta semana horrible.”
Así es como voy a sobrellevar esto: me voy a unir a las protestas en mi comunidad, voy a abrir la boca, voy a ayudar al inmigrante indocumentado con pequeños actos de rebelión, y me voy a sacar esta tristeza a punta de baile.
Con sangre nueva. Indestructible.