Even without the bipolar condition altering my life, my platter is full.
Unemployment sits at the center, alongside marital issues, with a side of home for sale, and a home country on the brink of a civil war, slathered in the profuse sweat of menopausal heat, all topped with the determination to launch my book before the end of the summer.
I recognize hypomania symptoms. First there is the visual chaos.
I dig out a piece of clean paper from the pile on my desk to write down my to-do list. The list will disappear during the course of the day, leaving me unable to focus on any task. On my kitchen counter, a pile of folded clothes has been sitting for over a week. Three-day old dirty dishes fill the sink. I haven’t done my bed in a while.
Then there is the mile long to do list and the rush to check every item as if there is no tomorrow.
On any given day, I blog, edit my book, talk to a family lawyer, request quotes from three movers, get an offer on the house and then counter, check the images of Venezuela on social media, comment, repost, cook dinner, do my workout, wash clothes, fill out a job application, then another, tidy up the house for potential buyers, rewrite invoices for gigs I’ve done and never received money for, and browse the web for apartments in cities I can afford without a job. I get a lot done, but I don’t feel well. I cry easily. I’m prone to anger.
I know I have to prioritize, but I can’t.
“Mi cabecita va a explotar. No puedo más,” I text my husband. After he comes back from work, dinner gives way to conversation, then to heated discussions. At times loving, at times toxic, my husband struggles to keep up with me, especially when I wake him at nights to talk even more. He recognizes his part in creating the chaos, the noise he has brought into our lives. A good step forward, and yet our relationship shakes. Sometimes a shoe flies out of my hand into a wall.
“I’m losing my shit,” I text a friend.
Spanish Version follows
Aun sin los síntomas de desorden bipolar, mi vida, mi plato está lleno.
El desempleo se encuentra al centro, al lado de los problemas maritales. De acompañante tengo una casa en venta, y mi país natal a punto de una guerra civil. Todo esto esta cubierto de la capa de sudor profuso originado por la menopausia. Y de tope, la determinación de lanzar mi libro antes del final del verano.
Reconozco los síntomas de hipomanía primero en el caos visual.
Excavo un pedazo de papel limpio de la pila de sobre mi escritorio para escribir un lista de cosas por hacer. La lista se desaparece durante el curso del día, y me quedo sin poder enforcarme en nada. Sobre el tope de la cocina hay un montón de ropa doblada desde hace una semana. Y dentro del fregador hay platos sucios de tres días. No he tendido mi cama en cierto tiempo.
Tengo una lista de cosas por hacer de una milla de largo y la urgencia de chequear cada punto como si no existiera la posibilidad de futuro.
En un día cualquiera, escribo mi blog, edito mi libro, hablo con la abogada, pido presupuesto de mudanza, escucho una oferta en la casa y hago una contra oferta, chequeo las imágenes de Venezuela on los medios sociales, comento y comparto, hago la cena, hago ejercicio, lavo la ropa, lleno una aplicación de empleo, después otra, arreglo la casa para que vengan a verla compradores potenciales, re-escribo una factura para un cliente que no me ha pagado, y busco apartamentos en ciudades más económicas. Hago bastante, pero no me siento bien. Lloro fácilmente. Y me dan ataques de rabia.
Se que debo establecer prioridades, pero no puedo.
“Mi cabecita va a explotar. No puedo más,” le digo a mi esposo en un mensaje de texto. Después que el regresa del trabajo, después de cenar, seguimos conversando y luego discutimos. A veces cariñoso, a veces tóxico, mi esposo tiene dificultad en llevarme el paso, especialmente cuando lo despierto de madrugada para seguir hablando. El reconoce su parte en este caos, el ruido que trajo a nuestras vidas. Un buen paso hacia adelante, y sin embargo nuestra relación está débil. A veces un zapato vuela de mi mano y se encaja en la pared.
“Estoy a punto de reventar,” le digo a mi amiga en un mensaje de texto.