When the FlatRate Moving arrived on a Thursday morning, I heard the familiar beeping of a truck backing up on my street.
I opened the door to a young man in his early 30s.
“My name is Enrique,” he said extending his hand. “I bring two helpers with me. Are you ready to move?”
“Yes. Please, come in.”
I had packed already, carefully placing my belongings in cardboard boxes, numbering each box, listing the content on the top, and closing it with packing tape.
“These are the kitchen boxes. Each room has a set of boxes placed in a corner. Don’t touch anything else. But if you prefer I can be by your side telling you what you can take or not.”
“It’s not the entire house?” Enrique wanted to know.
“No. It’s just me moving out.”
The moment had arrived. I was leaving my husband of 28 years and was handling the experience effectively, but not for long.
When the small crew finished prepping their work and took the first box out the door, I sat on a chair in a corner and started sobbing.
“No chille, don’t cry,” said Enrique. “We won’t damage anything.”
“I know. It doesn’t have anything to do with you.”
Enrique left to confer with his helpers. I overheard him saying. “Oye muchachos, ándense con cuidado. La señora no se siente bien.” Guys, be careful. The lady is not feeling well.
When I left Venezuela, I didn’t cry. There was so much going on, I was so overstressed and my emotions were so mixed up that I didn’t cry. When I left Canada for US, I cried hidden from my husband because I didn’t want to ruin his moment of triumph. From Ponca City to Owasso, I didn’t even participate in the move. I was living in a studio, sleeping on a deflated air mattress when the movers arrived. My husband took care of it. From Owasso to Los Angeles, I was happy to leave; excited to go to a place I expected to be more open and accepting of me. Although I am thrilled to move to Oakland and start a new job, this time I have been crying for weeks.
I have reasons to cry. I am not leaving a house. I am leaving home – the man I have loved dearly for nearly three decades. I am leaving not because I despise him or regret the life we shared. I am leaving because I want to love him for the rest of my life.
Kike (Short for Enrique) and his two helpers made efforts to cheer me up. They made small talk, played jokes on each other and even posed for pics when I told them I would write about them.
“Is it just me or do people cry when they move? I asked Kike.
“You’d be surprise how many people cry. The divorcing women cry the most. Once somebody was crying because his dog got sick.” Kike said. “Three out of five times we find people crying. They don’t want to move. People want to stay where they are.”
“I know.” I said. “What do you when people cry. I mean you’ve been nice to me, but have you ever had to step in and comfort somebody?” I wanted to know.
“One has to be careful. Just be quiet and stay out of the radar because upset people take it on us, as if we made them move. I tell Juanito and Walter to be careful, that’s all.” Said Kike.
“Why so?”
“Once this guy was upset, and he took it on us. He said he didn’t want any Mexicans. We left. The company called me and said they had talked to the guy and he was going to let us work, but I said, “No. I am not going to do the job. He is a racist.” The thing is you don’t know how people are going to react to the move. It’s unsettling. You are not just moving boxes, you are moving people’s lives.”
That’s true. I thanked Kike, Juanito and Walter for their help and fresh support. I never told them I was getting divorced, but I fit their stereotype. Divorcing women cry the most.
In Oakland, Raul and his son brought my boxes in. Again FlatRate Moving sent a nice, attentive, hard working crew to handle my move. Raul was worried that I didn’t bring a TV with me.
“You are a woman, alone, you need a TV,” he said with a genuine frown on his face.
“No señor. I don’t need a TV. I have plenty of books. Gracias, anyway”
The last thing FlatRate Moving’s workers did for me was to ensemble my bed, the place where I will sleep alone for the first time in 28 years.
Thanks FlatRate Moving for your expedite, efficient and caring service. May all your workers be as helpful as Kike and Raul’s crew. May all your clients be nice to you.
Spanish Translation Follows
Cuando llegó FlatRate Moving un jueves en la mañana, escuché el sonido familiar de un camión retrocediendo en mi calle.
Le abrí la puerta a un hombre joven de alrededor de 30 años.
“Mi nombre es Enrique,” me dijo extendiendo su mano. “Traigo dos ayudantes. ¿Ya está lista para mudarse?”
“Si. Por favor, pase.”
Ya había empacado, colocando cuidadosamente mis pertenencias en cajas de cartón, numerando cada caja, detallando el contenido en la tapa de arriba, y cerrándola con cinta de empacar.
“Estas son las cajas de la cocina. Cada habitación tiene un grupo de cajas colocadas en una esquina. No toque nada más. Si prefiere, me puedo parar a su lado para decirle lo que puede y no puede llevar.”
“No nos llevamos todo,” Enrique quiso saber.
“No. Me mudo yo sola.”
El momento había llegado. Iba a dejar a mi esposo de 28 años y estaba manejando la experiencia efectivamente, pero no sería por mucho tiempo más.
Cuando la pequeña cuadrilla de hombres terminó de preparar su trabajo y sacaron la primera caja por la puerta, me senté en una silla en un rincón y empecé a llorar.
“No chille,” dijo Enrique, “no vamos a quebrarle nada.”
“Lo sé. No tiene nada que ver con ustedes.”
Enrique reunió a sus ayudantes. Le escuché diciendo, “Oye muchachos, ándense con cuidado. La señora no se siente bien.”
Cuando deje Venezuela, no lloré. Estaban pasando muchas cosas. Estaba súper estresada y tenia las emociones tan revueltas que ni siquiera lloré. Cuando salí de Canadá para Estados Unidos, lloré escondida de mi esposo porque no quería arruinarle su momento triunfal. De Ponca City a Owasso, ni siquiera participé en la mudanza. Ya yo vivía en un estudio, durmiendo sobre un colchón de aire desinflado, cuando la mudanza llegó. Mi esposo se encargó. De Owasso a Los Ángeles, estaba contenta de irme, emocionada de ir a un lugar del que esperaba más apertura y aceptación. A pesar de estar entusiasmada de venir a Oakland y empezar un nuevo empleo, esta vez he estado llorando por semanas.
Tengo razones para llorar. No estoy dejando una casa. Estoy dejando mi hogar –el hombre al que he amado profundamente por casi tres décadas. Estoy dejándolo no porque lo odie o me arrepienta de la vida que hemos compartido. Lo estoy dejando porque quiero amarlo por el resto de mi vida.
Kike, (así llaman a Enrique) y sus dos ayudantes se esforzaron por levantarme el ánimo. Hablaban de esto o aquello, se hacían bromas entre ellos e incluso posaron para que les tomara fotos cuando les dije que iba a escribir sobre ellos.
“¿Soy sólo yo o la gente llora en las mudanzas?” le pregunté a Kike.
“Le sorprendería saber cuando gente llora. Las mujeres que se están divorciando lloran más. Una vez alguien se puso a llorar porque se le enfermó el perrito,” dijo Kike. “ Encontramos gente llorando en tres de cada cinco casas. La gente no se quiere mudar. La gente quiere quedarse donde están.”
“Yo se,” le dije. “¿Qué hacen ustedes cuando la gente llora? Quiero decir, ustedes han sido amables conmigo, pero han tenido que hacer algo más para consolar a alguien?” Quise saber.
“Uno tiene que tener mucho cuidado. Estarse quietecito, y pasar desapercibido porque la gente cuando está llorando puede agarrarla contra nosotros, como si nosotros tuviéramos la culpa de la mudanza. Le digo a Juanito y a Walter que tengan cuidado, eso es todo,” dijo Kike.
“¿Por qué?”
“Una vez un hombre estaba molesto, y la agarró contra nosotros. Nos dijo que no quería ningún mexicano. Nos fuimos. La compañía me llamó y me dijeron que habían hablado con el hombre y que nos iba a dejar trabajar, pero yo dije que ‘no voy a hacer este trabajo. Él es un racista.” La cosa es que uno no sabe como la gente va a reaccionar a las mudanza. Perturba. Nosotros no estamos mudando solo cajas, estamos mudando la vida de las personas.”
Eso es bien cierto. Agradecí a Kike, Juanito y Walter por su ayuda y su apoyo fresco. Nunca les dije que yo me estaba divorciando, pero encajo en su estereotipo. Las mujeres que se están divorciando son las que más lloran.
En Oakland, Raul y su hijo trajeron mis cajas. Ottra vez FlatRate Moving envió un cuadrilla de hombres amables, atentos y trabajadores. Raúl estaba preocupado porque yo no tenía televisor.
“Usted es una mujer sola, necesita un televisor,” me dijo con una cara de preocupación genuina.
“No señor, no necesito tele. Yo tengo bastante libros. Gracias de todos modos.”
Lo último que hicieron por mi los trabajadores de FlatRate Moving fue armar mi cama, donde dormiré sola por primera vez en 28 años.
Gracias a FlatRate Moving por su servicio expedito, eficiente, y humano. Qué todos sus trabajadores sean tan servicial como los grupos de Kike y Raul. Qué todos sus clientes sean amables con ustedes.